jueves, 23 de septiembre de 2010

EL ARTE DE COMPRAR UN DISCO




Como todas sabemos, hoy en día la música digital es la que está en boga. Domina con claridad la demanda de música en formato físico (cd, lp, cassette, blue ray, lo que quieran) y su versatilidad es notable a la hora de crear una comunidad virtual o tangible de aficionados.

Ahora bien. Yo empecé bastante tarde como aficionado de rock. Recién es a los 18 años que me animé a escuchar con dedicación mis temas favoritos y los no tan conocidos de bandas de rock en español. Las más ubicuas, claro. Figuraban en mi "discografía" de entonces los Enanitos Verdes, Hombres G, Arena Hash, La Liga del Sueño, Los Fabulosos Cadillacs, Vilma Palma e Vampiros (!!!!) y, entre los más destacados para mí, Los Prisioneros, Soda Stereo y Charly. Ojo que también escuchaba wadas tipo Chichi Peralta, Gianluca Grignani o Carlos Vives.

No era una colección muy variada y representaba el cliché de todo universitario peruano de gustos prefabricados (sólo faltaba el poster de los miembros de Pink Floyd, Led Zeppelin, Velvet Underground, Nirvana y Radiohead...todos calatos)
El booklet (librillo) era lo de menos, apenas y servía para conocer las letras de los temas o el nombre del que tocaba saxo en “Stress” de Arena Hash, por ejemplo.

En fin, una de esas tardes de caminata por Larco para Discocentro, rumbo a comprar cd’s, recordé el coro y el solo de guitarra de una canción que se me había quedado prendada desde muy niño. Recordaba el look muy personal del guitarrista (todos los rulos en la cara) y las agudas inflexiones del cantante. Se trataba de “Sweet Child O’ Mine” de Guns N’ Roses, de la cual ni sabía el nombre. Una canción de fama universal y no tenía idea de cómo pedírsela al vendedor de la tienda.
Así de despreocupado era yo con la música en ese entonces.

Por suerte, el tipo me ubicó el “Appetite For Destruction” y fue toda una revelación. El booklet era diferente, agresivo, temático y con bastante sustancia. Me aprendí todas las canciones de memoria y aprendí a crear mis propios “favoritos” ajenos a la radio o al MTV del período 1998-2000. Fue así también que dominé mejor el inglés y abrí mis oídos hacia nuevos sonidos.

Pero lo más importante fue que descubrí el “ritual”. Había aprendido el itinerario del aficionado y lo había disfrutado mucho. Recuerdo que pasé una semana escuchando el cd en mi cuarto, faltando a clases y leyéndome las anécdotas más caletas de la banda.
Poco tiempo después, mi primer afán como coleccionista fue comprar (con dinero que le pelé a mi vieja) un compilado doble de Los Prisioneros que estaba repleto de temas raros, demos y un librillo enorme.

Ya había sembrado en mí, entonces, los dos principios fundamentales del coleccionista de rock: el saber elegir el disco y gozar su adquisición.

Un par de años después me acostumbré a acompañar a un pata en sus incursiones semanales a La Cachina. Acostumbrado a los precios criminales de las discotiendas limeñas, ver discos ofertados a 20-25 soles fue un shock. Al poco tiempo, yo ya iba solo a comprar mis propios discos, sabiendo que podía adquirirlos en masa. Y aún recuerdo con cariño los primeros viajes hacia aquél maravilloso antro de la avenida Argentina, cruzando pampones, esquivando a choros y zampándome un “aeropuerto” en el chifita de la feria.

No contento con eso, me dediqué a explorar música, sus estilos, influencias y desarrollo. Ya sea por revistas, tertulias o por Internet (la fuente más útil, paradójicamente)

Aún tengo fresco en la memoria el momento en que me emocioné con el rock progresivo (gracias a esa maravilla que era allmusic.com) y me bajé “Roundabout” de Yes. No sólo el sonido era inédito y luminoso, sino que la portada del ‘Fragile’, disco que lo alojaba como track de apertura, me empezó a obsesionar. Tanto que falté a una importante entrega de trabajo en la facultad para pedir plata prestada y darme dos vueltas y media en La Cachina hasta encontrarlo y encerrarme en mi bunker por días.

De hecho, el rock progresivo fue el catalizador para que me convirtiera en coleccionista compulsivo. Me iba con un amigo, cada uno con lista propia, y nos comprábamos discos distintos de King Crimson, por ejemplo, para escucharlos en orden cronológico al regreso.

Es desde esos tiempos que mi vida social cambió. Las saliditas a discotecas terminaron y dieron lugar a reuniones en casa de alguien (con música de fondo escogida para la ocasión). El floro del día a día también cambió y siento que me volví más tolerante.

Otro momento especial fue la vez que tenía la utópica esperanza de encontrar el ‘Ritual de lo Habitual’ de Jane’s Addiction en La Cachina. Pero el asunto es que lo encontré…y en la tienda más inhóspita del lugar. Y cada vez que escucho “Classic Girl” recuerdo los primeros días que salía con mi enamorada de entonces. Cada ves que escucho “Three Days” recuerdo una de las más brutales juergas con la mancha.

Cada canción empezó a dejar una huella. Cada melodía, cada sonido.
Cada detallito de las portadas empieza a agudizar tu codicia.

Y es cuando empiezas a tener imágenes mentales de una pared recubierta con portadas de discos que notas un cambio decisivo en tu vida.

Tener una colección considerable de álbumes es un orgullo personal. Pero más aún lo son los momentos que me sugieren cada uno de ellos. Porque todos tuvieron, tienen y tendrán su historia. Y la tuya propia se cimenta en muchas de esas anécdotas.

Yo aún procuro tener la superficie del cd pita, sin rayas, manchas o nada por el estilo. Aún me esfuerzo por colocarlos en la caja de forma derecha. Aún tengo los libros lisitos y pulcros.
También soy de los que pierde los nervios en Ebay, pujando en una subasta por un cd original pirata de un concierto caletaza de REM, por ejemplo.

Ser aficionado es cosa seria. No es para todos. Te puedo dar mil motivos económicos, sociales, culturales e intelectuales…pero carajo que vale la pena.

A todos los que sólo disfrutan de la música digital teniendo los medios para acceder a la compra en físico, sólo les digo que se pierden de bastante. Dejen de pajearse en esas conferencias virtuales de las comunidades melómanas de la red. Salgan un poco al mundo.

Aunque bueno, yo qué derecho tengo a decírselos, si mi mundo casi podría resumirse en mi cuarto, el equipo, las tiendas, y, sobre todo, mi cama y mi almohada de Mafalda para apoyar la cabeza y deleitarme en la apreciación del arte del álbum, con el oído atento a los parlantes.

Un abrazo a todos.

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