viernes, 20 de agosto de 2010

BORIS - AT LAST/FEEDBACKER




Habiendo empezado a hurgar en los claustrofóbicos pasillos de la fortaleza stoner y drone, decidí animarme con uno de los discos que RYM recomienda con mayor urgencia.

‘Boris at Last –Feedbacker’ me llama la atención desde el inicio, debido a la portada. Japón ha abierto sus puertas al mundo desde hace décadas, pero es recién en los últimos 30 años que el fenómeno visual y áureo del arte popular japonés (comprendido por el anime, manga, j-pop, entre otras expresiones) ha calado hondo en la comunidad extranjera. Y dicho fenómeno actúa como una especie de onda retro (feedback, precisamente), dentro de un contexto de rock. No olvidar que Japón siempre fue una audiencia ávida y fiel para con las bandas de heavy y progre angloparlantes y representó uno de los más grandes soportes de comunicación entre las culturas masivas de Oriente y Occidente.

Regresando al tema, en la carátula del álbum se presenta la imagen de una chica japonesa como las hay varias en la NHK, por ejemplo. Vestida a la usanza occidental y usando un peinado contemporáneo, me pregunto si la sangre que evidencia su muerte simboliza la caída de una barrera natural entre la forma de entender el arte, entre el comportamiento humano y la vida en general de 2 mundos originalmente opuestos.

La música es un elemento poderosísimo para hacer cambiar la mente de la gente. Cuántos conciertos no han gestado movimientos sociales o han encabezado alguno de ellos? Cuántas canciones no influenciaron individuos y colectivos? Pues bien, pareciera que uno de dichos movimientos, acaso el más importante en el mundo de la música, finalmente triunfó, aunque a su manera. La idea del hippismo era la unión universal. Partiendo de ello, quizá no se consiguió el objetivo en el aspecto social, pero sí en el artístico.

Tanto preámbulo no es exagerado. Feedbacker se me antoja como una de las piedras angulares del matrimonio de dos formas de vida. Contiene la sutileza, el misticismo oriental en los repetitivas pero magnéticas cadencias rítmicas y profundidad sónica. Al mismo tiempo, la arrogancia y la testosterona occidental está presente en la potencia y suficiencia de los inmensos riffs.
La tecnología juega un rol importante. Aunque el booklet no lo detalle (no detalla casi nada), el sonido ha sido muy trabajado. Si existe la teoría del “menos es más”, en este caso Boris le saca la vuelta.
Ciertamente, la propuesta es minimalista en la instrumentación y estructura, pero la abundancia de matices en uno sólo de sus acordes es impresionante. El uso de distintos efectos, pedales y distorsión posee la máxima efectividad en su expresión sonora.
Por ejemplo, el track 2 (aquí no hay canciones, sino secciones) nos muestra un lento, pero constante crescendo que capta completamente la atención del oyente. Dicho proceso llega a un clímax de proporciones tan monstruosas en el caso de la guitarra, que el baterista debe haberse quedado idiota tocando la misma letanía.
No bromeo, eh, el sonido guitarrero de Boris debe ser uno de los más grandes jamás grabados. No por nada la banda le debe su nombre a una de las canciones más pesadas e invulnerables de los Melvins. Prueba irrefutable de que estamos ante un documento unificador de civilizaciones.
O creen que una banda absolutamente indie del noroeste de EE UU puede tener tanto éxito para que una banda de drone y noise japonesa le deba el 50% de su éxito?

‘Boris at Last –Feedbacker’ es una experiencia única. Y se la recomiendo a cualquier oyente, de cualquier parte del mundo.

JETHRO TULL - THICK AS A BRICK


Jethro Tull ya lo había hecho todo, en teoría:
Había desarrollado un sonido propio; superado cambios de formación y pulido una gran identidad como banda en vivo. En el ámbito comercial, se había ganado a pulso una sólida base de fanáticos con su último lanzamiento, Aqualung, el cual les brindó una popularidad en EE UU a la par del gran éxito que venían disfrutando en Inglaterra, con un álbum número 1 en las listas - el maravilloso Stand up- inclusive.
Pero la naturaleza de Ian Anderson le impedía darse por satisfecho. El genial vocalista/flaustista/guitarrista es uno de los mayores genios de la música popular, precisamente porque siempre sabe reinventarse y nunca es conformista. Y el resultado de su nueva inquietud por innovar fue una sola canción de, nada menos, 43:50 minutos.

¿Qué hacemos con esto? deben haber pensado en Chrysalis. Entonces, se dieron a la vieja tarea de partir una canción en 2. La particularidad es que esa era una práctica común con los singles, no con álbumes enteros. Así que el reto mayor era conseguir que el impacto no se diluya en ningún momento.

Y una vez más, Anderson les taparía la boca a todos: sello disquero, críticos y excépticos.
Demostró que la banda ya no quería seguir el formato de canciones, sino de movimientos. Demostró que una banda cultora del blues y del folk podía ambicionar más y experimentar con nuevas estructuras y fusiones musicales. El trabajo lírico ya era bastante sui generis, por así decirlo, así que la nueva bestia destilaría personalidad por todos lados.

Me faltan palabras para describir la introducción de la canción, una bellísima invitación de guitarra acústica, flauta y trova hacia el interior del bosque y sus juguetona naturaleza.
Una vez adentro, se suceden, uno tras otro, los súbitos cambios de secciones, donde parecieran convivir, por momentos, la furia del rock duro con la delicadeza de una declamación; enérgicos crescendos de la portentosa guitarra del compadre Martin Barre con el cálido tono vocal de Anderson; una rítmica marcial que se intercala con luminosos fraseos de teclados.
En suma, luz y sombra.
Es como una expedición completa hacia el corazón de dicho bosque, justo en el momento en que el sol se afirma en el horizonte y la penumbra de las copas va dejando paso a los primeros rayos dorados. El instante mágico en que se reúnen las ardillas con los carpinteros, los osos y los castores.
Un viaje en un instante. Un viaje de 44 minutos. 44 minutos que pasan como el agua. Un álbum igual de efectivo que un single.

Y es ese paisaje de contrastes donde 'Thick as a Brick' toma su lugar. En teoría debería estar destinado a acumular polvo en los rincones de las discotecas, y a esperar años en las góndolas de las discotiendas, pero llegó a ser número 1 en EE UU y un éxito a nivel mundial. Era una empresa insólita, pero que triunfó sin atenuantes.

Y lo mejor de todo es que, siendo uno de los documentos más fehacientes de lo que significó la escena progresiva de los 70's, aún se mantiene vigente tras casi 4 décadas.

Y estoy seguro que seguirá riéndose de todas las barreras que aparezcan.