'The Number of the Beast' es el disco que yo considero como el menos interesante de la discografía ochentera de la Dama de Hierro. Digo menos interesante, no sólo porque los hits han sido expuestos públicamente hasta la saciedad y son de referencia obligada para cualquier conocedor o fan incipiente del metal, sino porque el puto disco está citado en TODOS LADOS como una obra maestra.
Para citar ejemplos, la intro de "The Number of the Beast", así como el aullido de harpía bestial de Dickinson son ya marca registrada del "sonido Maiden" y suele ser el elemento introductorio a la banda. Lo mismo va para la galopante sección rítmica de "Run to the Hills". Las líneas de bajo de Steve Harris representan un muestrario para el aspirante a músico de este género en particular. Pero a veces resulta ya cansador encontrarlos por todos lados.
Otro punto en contra es el particular enfoque melódico del álbum. A comparación de la fresca furia punkera de los dos primeros discos, del sonido épico del 'Piece of Mind', de la potencia marcial del 'Powerslave' o la majestuosidad del 'Seventh Son of a Seventh Son', el debut de Dickinson con Iron Maiden demuestra cierta ligereza.
"The Prisoner" es una canción larga, que no cala en mi interior, le falta dramatismo. "Invaders" se esfuerza demasiado en su visión apocalíptica y "Hallowed Be Thy Name", aunque muy buena, no está a la altura de otros temas épicos de la banda. Los riffs y fraseos guitarreros son bastante dinámicos, pero no transmiten esa urgencia metalera, ese feeling del cual los headbangers se ufanan.
Sin embargo, 'The Number of the Beast' también supuso un tremendo paso hacia adelante en temas de composición. Las canciones no se suelen extender más de lo debido. La sección rítmica, todavía con Clive Burr en batería, gana complejidad. Las guitarras de Smith y Murray canalizan su virtuosidad de forma mucho más clara, aprovechando los duelos solistas y las armonías a plenitud. Ya no hay elementos que sobren, ya no hay secciones que pasen al olvido o un sonido en proceso.
Pero es, sobre todo, el trabajo vocal el que le da un tremendo valor agregado.
A pesar de que la etapa con Paul Di Anno me encanta, jamás Iron Maiden hubiera logrado el poderoso impacto del lamento de "Children of the Damned" sin el registro vocal de Dickinson. El vértigo de "22 Acacia Avenue" también se ve fortalecido por tal cualidad. Y estoy hablando de 2 de los mejores temas de una de los grupos más emblemáticos del movimiento. Aquél que grabaría su nombre de manera eterna en la lápida del panteón de los héroes del número de la bestia. Una lápida cuya tumba esta vacía, ya que Eddie es inmortal, así como el legado de la banda.
Y como decía antes, éste es el disco menos interesante de su mejor período, pero eso no significa que sea el de menor nivel. Y cuando hablamos de los estándares de la Dama de Hierro, estamos hablando de palabras mayores.
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